Todo aquel que ha terminado con el examen de grado o selectividad sus estudios de bachillerato puede testimoniar de la tenacidad con que le persigue el sueño de angustia de que va a ser suspendido y tendrá que repetir el curso, etc.
Para el poseedor de un título académico se sustituye este sueño típico por el de que tiene que presentarse a su examen final, sueño durante el cual objeta en vano que hace ya muchos años que obtuvo el deseado título y se halla ejerciendo la profesión correspondiente. En estos sueños es el recuerdo de los castigos que en nuestra infancia merecieron nuestras faltas lo que revive en nosotros y viene a enlazarse a los dos puntos culminantes de nuestros estudios.
Terminados nuestros estudios, no es ya de nuestros padres, preceptores o maestros, de quienes hemos de esperar el castigo a nuestras faltas, sino de la inexorable concatenación causal de la vida, la cual toma a su cargo continuar nuestra educación, y entonces es cuando soñamos con los exámenes -¿y quién no ha dudado de su éxito?- siempre que tememos que algo nos salga mal el castigo al no haber obrado bien o no haber puesto los medios suficientes para la consecución de un fin deseado; esto es, siempre que sentimos pesar sobre nosotros una responsabilidad.
El análisis de la frase “¡Pero, si ya eres un profesional!” no se limita a encubrir una intención alentadora, sino que entraña también un reproche: “Tienes ya muchos años y has avanzado mucho en la vida; más, a pesar de ello, sigues haciendo chorradas y tonterías”. El contenido latente de estos sueños correspondería, pues, a una mezcla de autocrítica y aliento.
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